EL SUMILLER –Una nueva palabra para el diccionario personal.–

Corrían los años ochenta y en el restaurante Kaia-Kaipe, de Guetaria, había entrado a trabajar una joven de diecinueve años. Era su primer trabajo y su conocimiento del mundo de la gastronomía era nulo. Sin embargo, los responsables de este establecimiento la contrataron por su buena actitud y su simpatía. Pero la chica no empezó con buen pie. Uno de sus primeros días, atendió una mesa de seis personas que no se decidían sobre qué vino pedir debido a que la carta era muy extensa. Ante las dudas para decantarse por uno u otro vino, llamaron a la camarera y le comentaron que, ante la magnitud de la carta, no se decidían. Por ello, le preguntaron si en el restaurante tenían sumiller. En ese momento, le entraron las dudas, dado que jamás en su vida había escuchado esa palabra. Para que no se notara que no tenía ni idea, solo se le ocurrió decir que se le había acabado el “sumiller” pensando en todo momento que se trataba de una marca de vino. Los clientes no pudieron contener la risa, así que la joven se fue sonrojada a la cocina preguntando qué era. Tras explicárselo, acudió de nuevo a la mesa con la recomendación de un gran vino y con la seguridad de que nunca se olvidaría de esa extraña palabra de origen francés.

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